Francesco Tonucci: «Los deberes son una
equivocación pedagógica y un abuso»
El pedagogo italiano presentó en
Santiago la edición en gallego de su clásico «La ciudad de los niños»,
publicado por Kalandraka.
ANTONIO
SANDOVAL 08 de abril de 2015. Actualizado a las 19:46 h. 27
Hablamos con Francesco Tonucci (Frato) en un restaurante del centro
compostelano, sobre una mesa de madera oscura que sus manos acarician mientras
va eligiendo con esmero las palabras con que va respondiendo, en castellano, a
nuestras preguntas. Aprendió este idioma por sí mismo durante sus incontables
viajes a España y Sudamérica. En una ocasión, en Argentina, llegó a dirigirse a
13.000 personas en un estadio.
Tonucci nació en Italia en 1940. Graduado en Pedagogía en 1963 (Universidad
Católica de Milán), trabajó como maestro. Desde 1991 realiza en su ciudad natal
de Fano el proyecto La Ciudad de los Niños. Es asesor científico del
proyecto El Museo de los Niños, de Roma, y de otras entidades
vinculadas al Proyecto Internacional de la Ciudad de los Niños, que se
está desarrollando en Italia, España y varios países latinoamericanos. Ha
estado en muchas ocasiones en Galicia. Esta vez ha venido para compartir sus
ideas con un nuevo libro bajo el brazo: la edición en gallego de su clásico La
ciudad de los niños, publicado por Kalandraka.
Esa misma mano que acaricia la mesa como con curiosidad de ebanista estaba
hace un rato escribiendo y dibujando dedicatorias en los ejemplares de una cola
infinita de lectores entregados. La presentación de su obra ha abarrotado como
nunca el salón de actos de la Facultade de Ciencias da Educación de la
Universidade de Santiago. Incluso se han fletado autobuses desde A Coruña.
«Este es un proyecto político, no educativo», ha comenzado explicando. Para
apoyar su mensaje ha citado a san Agustín y a otros pensadores clásicos, pero
sobre todo a niños. Niños con quienes ha dialogado sin prisa a lo largo de sus
viajes. Charlar con él aviva en cualquier ánimo sensible el compromiso personal
con tantos cambios como son necesarios.
-¿Qué pueden hacer los niños por la ciudad?
-Es una pregunta aparentemente pequeña, pero que implica muchas cosas. Lo
primero es estar presentes. Hoy uno de los aspectos más preocupantes de la
ciudad es la desaparición de categorías sociales: niños, niñas, ancianos,
discapacitados... No se ve por las calles niños de en torno a los 12 años
jugando. Esto empobrece mucho.
- ¿En qué sentido?
- En su ausencia nos portamos peor, como demuestra por ejemplo cómo
funciona el tráfico. La presencia de niños hace la ciudad más segura, pues nos
obliga a un mayor control, y también más bella y vivible. Otra cosa que pueden
hacer es participar en el gobierno municipal con sus ideas. Es decir, aportar
su punto de vista en las decisiones y cambios. Una ciudad buena debe ser para
todos. Normalmente, cuando los adultos pensamos en «todos» pensamos solo en
«todos los adultos», olvidando a ancianos, discapacitados y niños. Por eso la
actitud de los niños es una gimnasia importante de democracia para los
administradores.
-¿Por qué es el juego tan importante?
-Por dos razones. Una, porque si un niño no juega no crece, no se
desarrolla, no aprende. Una ciudad democrática debe preocuparse por el
bienestar de todos, pero en especial por el bienestar de los niños. Son
ciudadanos, pero no disponen de los instrumentos de que sí disponen la mayoría
de los ciudadanos adultos, y por tanto dependen de nosotros. En segundo lugar,
el juego es una forma de presencia de alto nivel porque los niños, al jugar,
ejercitan la etapa más importante de su desarrollo. Cuando a Freud le
preguntaron cuál fue el año más importante de su vida, él respondió: «Sin duda,
el primero». Así es también para nosotros. La principal actividad con la que
creamos los cimientos sobre los que luego construiremos nuestra vida es el
juego. No es casualidad que la Convención de los Derechos de los Niños dedique
a la escuela y al juego dos de sus artículos, el 28 y el 31.
-Pero a veces hay que hacer los deberes?
-La escuela debería estar sumamente interesada en que los niños jueguen.
Las experiencias pueden y deben ser comunicadas en el colegio. Por eso yo tengo
una pelea desde hace muchos años contra los deberes de casa. La escuela debería
pedir a los niños: «Por favor, debéis jugar para poder traer mañana
experiencias». En esto hay que comprometer también a las familias. A menudo
crean para los niños agendas más apretadas que las de los mayores.
-Parece clara su opinión acerca de los deberes escolares...
-Los deberes son una equivocación pedagógica y un abuso. Nunca consiguen el
resultado que la escuela presume. Deberían ser una ayuda para los más débiles
pero estos no son tan capaces de acometerlos, y además en casa a menudo no
encuentran ayuda, pues pertenecen a familias de bajo nivel social y cultural.
Así, quienes más aprovechan los deberes son los que menos los necesitan:
aquellos que tienen familias que les pueden ayudar. La Convención habla del
derecho a la escuela y al juego. ¡Deberían ser reconocidos como dos con el
mismo peso! Si la escuela ocupa la mitad del día, la otra mitad no debería ser
suya, sino de los niños.
«La garantía de una buena escuela son unos buenos
maestros»
Tonucci cree que las leyes no influyen demasiado en la calidad de la
educación. Por eso las leyes deberían centrarse en dar la mejor formación
posible a los futuros maestros.
-¿Qué opinión le merece la nueva Lomce?
-No la conozco en profundidad, pero cuando me la enseñaron y leí el prologo,
dije: «Una cosa así no puede pasar en un país occidental en el 2013». Tiene
algunos contenidos que están totalmente en contra de toda la teoría pedagógica.
Me asombra que un ministro tenga el valor de presentarla. Que en el prólogo se
hable de que la competitividad sea el motor del aprendizaje es impresionante.
Creo que todos los que se dedican a la educación están de acuerdo en que la
escuela debe ser un lugar en el que se educa en la cooperación y no en la
competitividad. Por otro lado, la desconfianza que manifiesta hacia la
educación infantil, no considerándola casi a nivel educativo, está en contra de
todas las teorías pedagógicas.
-¿Y cuál puede ser el impacto de esta nueva ley?
-Yo pienso que las leyes tienen muy poco que ver con los cambios, ni en
positivo ni en negativo. Así como las buenas leyes que tuvimos en Italia no
consiguieron cambiar significativamente la escuela para mejor, no creo que esta
otra, que considero una mala ley, pueda incidir mucho en empeorar la escuela.
El día que nuestros países decidan de verdad que quieren garantizar a todos los
niños una buena escuela, dejarán de pensar en reformas legales y se dedicarán
exclusivamente a la formación de los maestros. La garantía de una buena escuela
son unos buenos maestros. El derecho al estudio que sostiene el artículo 28 de
la Convención de los Derechos del Niño no significa tener derecho a un banquito
y una silla, sino a un buen maestro o una buena maestra.
Las ciudades necesitan un cambio profundo para crear espacios públicos
compartidos por todos. Tonucci rechaza la creación de espacios específicos,
como las zonas de juegos para niños.
-¿Cuáles serían las claves para convertir una ciudad en más habitable?
-Una es la posibilidad para todos los ciudadanos de moverse libremente en
su propia ciudad. Esto es lo que precisa un cambio más profundo: pasar de una
ciudad de «prioridad coches» a una de «prioridad peatones». Es decir, cambiar
las prioridades. Esto conecta con el tema del espacio público. Hay que
recuperar la idea de que lo que convierte un conjunto de casas en una ciudad es
el espacio público, que debe ser de todos.
-¿Qué más?
-Hay que renunciar a dedicar espacios específicos para distintas
categorías. Esto es una forma de marginación. Estoy pensando en concreto en los
parques para niños. El lugar de juego debe ser para los niños un lugar elegido,
no obligatorio. Deben poder elegir, según su juego, si van usar la acera, una
plaza, un jardín o un paseo. Las ciudades pueden ahorrar mucho dinero si en
lugar de dedicarlo a espacios de ese tipo lo destinan a espacios públicos que
sean buenos para todos.
-¿Y en qué consistiría ese ahorro?
-Un parque para niños se convierte por la noche en un lugar para
drogadictos y vándalos: no sirve para nada. Una plaza o un jardín pensados para
que sean lugares verdaderos y buenos en cada hora del día y de la noche son
lugares aprovechados para ancianos, para familias con bebés, para niños, para
jóvenes. Así se convierten en lugares vigilados, nunca abandonados. Otra clave
más es escuchar a los niños. Los niños no son mejores que nosotros, pero sí
distintos. Una ciudad democrática escucha a los niños porque necesita conocer
su otro punto de vista.
-La ciudad aleja la naturaleza de los niños?
-Mi metáfora en el comienzo de La ciudad de los niños es que una vez el
bosque era el lugar del miedo, y la ciudad el de la seguridad. Ahora estamos
mitificando el bosque, considerándolo el lugar de la naturaleza, y la ciudad se
ha vuelto hostil. Soñamos con la naturaleza y nos asustamos del lugar donde
vivimos. Tanto que nos encerramos en casa defendiéndonos con puertas blindadas
e impidiendo a los niños salir, para defenderlos de peligros que solo conocemos
por la televisión y que no se corresponden con la realidad de nuestros barrios
y ciudades.
-¿Qué propone?
-Yo creo que las ciudades tendrían que hacer sitio a la naturaleza con más
espacios verdes públicos y con huertos y jardines escolares, acostumbrando a
los niños a criar animales y cultivar productos. Hay además que recuperar un
encuentro con la naturaleza animando a las familias a salir de casa para
conocer el bosque, considerándolo como un importante taller educativo.
-¿Qué asignaturas sobran y cuáles faltan para que el niño se conozca mejor
a sí mismo y su entorno?
-El artículo 13 de la Convención de los Derechos del Niño dice que los
niños tienen derecho a expresarse en todas las formas: literarias, científicas,
artísticas... Las elegidas por ellos. Yo siempre me pregunto: ¿sabe esto la
escuela? Loris Malaguzzi, director e inventor de las escuelas de Reggio Emilia,
dice que los niños tienen cien maneras de pensar, de soñar... pero les roban
99.
-¿Quién se las roba?
-Yo creo que la escuela tiene mucha responsabilidad. Roba 99 proponiendo
solo una. Las propuestas de la escuela son muy reducidas, solo son adecuadas
para unas pocas personas: para las que nacen con vocación literaria, matemática
o científica. Quienes nacen artistas, artesanos, deportistas, bailarines... no
se encuentran reconocidos en esta escuela, y fracasan.
-¿Cuáles son las ciudades que más empiezan a parecerse a sus propuestas?
-Hoy en día yo hablo mucho de Pontevedra. Ha hecho un camino bastante
rápido para asumir estas características de una ciudad para todos. Para ello ha
asumido a los niños como parámetro. El cambio de diseño de las calles, como por
ejemplo hacer más anchas las aceras hasta asumir como medida la de dos personas
con el paraguas abierto, significa pensar una ciudad primero para la gente y
después para los vehículos.
-Eso parece obvio.
-Sí, pero es casi revolucionario. Con todos estos cambios, hoy Pontevedra
puede invitar a los niños a ir a la escuela sin adultos, porque está diseñada
de manera que los niños están bastante protegidos. Es una ciudad en camino. No
ha llegado, pero el camino es correcto. Espero que pueda seguir adelante.
PARA SABER MÁS
·
Proyecto La
Ciudad de los Niños: http://bit.ly/1jafgmH
·
Convención
de los Derechos del Niño (PDF): http://bit.ly/1fUnTR
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